Hace unos días, la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, vino a Costa Rica donde explicó que en toda Latinoamérica se están repitiendo los mismos parámetros que en la Guerra Fría y la derecha está utilizando el mismo discurso radicalizador. “Antes, a uno le acusaban de ser comunista, ahora te acusan de ser chavista”, afirmó Rigoberta, quien aseguró que en Guatemala los militares cada vez están utilizando un discurso más violento.
Honduras es otro ejemplo de perpetuación de esta bipolarización. Los golpistas hondureños justificaron que la única forma de echar a Chávez del país era perpetrando este golpe de Estado.
Y es que los mismos golpistas, la misma gente de derechas están haciendo “grande” a
Chávez, lo está catapultando hacia la fama. Y la realidad es que esta es la única manera que tienen para implementar su régimen del terror y seguir con su constante violación de los derechos humanos que tan sólo sirve para enriquecer sus bolsillos y no acabar con la gran pobreza que azota a la mayoría de países de la región.
Ha llegado a tal punto, que depende en que círculos uno se encuentre en Costa Rica, un país de aparente calma con una democracia de más de 50 años y sin ejército, uno no puede decir que es de izquierdas, sin que sea visto como el mismísimo diablo. Y es que en América Latina, uno asocia la izquierda con Chávez, como si en toda Latinoamérica no existieran otros modelos de izquierda como el socialismo indigenista de Evo Morales o las nuevas propuestas de Correa o los moderados de Lula, Bachelet, Tabaré Vazquez o Kirchner.
Lo que me asusta es que el discurso de la bipolarización cada vez está expandiéndose más en la región. Una bipolarización encarnada por Chávez y el ultraderechista presidente de Colombia Álvaro Uribe. Lo peor es que esta bipolarización va seguida de una creciente ola de violencia, que de momento, ya ha empezado a tener sus primeros frutos con el Golpe de Estado de Honduras. Una bipolarización que lejos de la reconciliación de los pueblos está incrementando la radicalización de los conflictos sociales y entre países.
Ahora sí, paradoja, coincidencia o causalidad, en el momento de esta bipolarización vuelven a encontrarse sentados en el trono el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, y el de Nicaragua, Daniel Ortega. Los dos, en los años ochenta reflejaban un modelo totalmente contrario el uno al otro. Arias era (y es) el mandatario de derechas amigo de Estados Unidos, mientras que Ortega era el líder de la Revolución Sandinista de izquierdas y que expulsó a los estadounidenses de su país. Veinte años después estos dos modelos económicos, sociales y políticos opuestos vuelven a coincidir en la línea del tiempo y ambos vuelven a estar sentados en la silla presidencial. La bipolarización también tiene rostro en Centroamérica.
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