Me gustaría que algún día mis queridos políticos hicieran la arriesgada aventura de pasear por las calles de Barcelona, esa ciudad a la que dicen representar. Me gustaría que fueran una noche por el centro, donde pasan miles de personas a diario, pero hay unas figuras permanentes. Una mujer grandota que cada noche está ahí, sentada en la Avenida Pelayo, antes de ir a dormir, pide dinero.
Me gustaría que una noche también fueran por Gran Vía entre Roger de Llúria y Bruc. Ahí, en un banco vive un señor. Hasta que lo echen, ese banco es su casa. El otro día, sentí que interrumpía uno de esos momentos íntimos: se estaba lavando los dientes.
Me gustaría que se asomaran por la cantidad de cajeros en los que hay gente durmiendo. En invierno tapados con cartones, en verano, refunfuñando por el calor.
En sus paseos, da igual de noche que de día, me gustaría que también vieran la cantidad de gente que hay buscando entre las basuras. Hay de todo: algunos buscan chatarra, otros cualquier cosa que les pueda servir muebles, vestidos, pero la mayoría buscan comida.
Sí, y también me gustaría que algún día cogieran el metro, especialmente, sobre las ocho de la tarde, cuando suele volver la gente de trabajar. Miraran las caras de las personas y vieran sus rostros de cansancio. El de mujeres mayores, demasiado mayores, para seguir trabajando, pero siguen en sus faenas, con largas jornadas que superan a las ocho horas, vuelven cargadas con la compras, las heroínas que tiran este país adelante.
Me gustaría que aunque solo fuera un día, salieran de su burbuja, caminaran por la calle, cogieran el metro, vean la realidad que se respira en las calles de la ciudad y a ver si entonces, tienen los huevos de mirar a toda esta gente a la cara y decirles que para ellos no hay dinero.
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