La prensa, y la sociedad en general, tienden a simplificar ideas y a comparar lo incomparable, poner todo en un mismo saco, pero no todas las manifestaciones son iguales. En este sentido, tiene que quedar claro que ni Turquía es una primavera árabe y las manifestaciones en Brasil no son como la de los Indignados españoles.
Las revoluciones árabes que hicieron caer los gobiernos de Túnez, Libia, Egipto, Yemen y que han desencadenado la guerra de Siria, fue un levantamiento contra gobiernos de partidos únicos, dictatoriales, pero con una tendencia laica. Por eso, las manifestaciones que empezaron con la petición de más libertad, acabaron siendo lideradas por grupos islamistas. Esto propició que en países como Túnez o Egipto los islamistas ganaran las primeras elecciones libres y democráticas, que se hicieron después de las revueltas árabes.
El caso de Turquía es bien distinto. Primero de todo porque, al contrario de lo que piensan muchos, no es un país árabe, sino otomano. Los países árabes son aquellos que hablan árabe y, principalmente, son los que están situados en la Península Arábiga y los del Norte de África, conocido también Magreb.
Mustafa Kamal Ataturk, el padre de la actual Turquía, creó a principios del siglo pasado una democracia laica. Ahora, desde hace diez años el islamista Recep Tayip Erdogan gobierna el país, en buena medida, por el voto rural. Las últimas reformas de Erdogan han ido centradas en islamizar Turquía, lo que ha hecho que jóvenes urbanos se levanten en contra para reivindicar un estado laico al estilo de Ataturk. Así pues, tenemos dos contextos muy distintos, las primaveras árabes son lideradas por grupos islámicos y van contra gobiernos laicos y totalitarios, mientras que en Turquía los manifestantes van contra un gobierno musulmán y elegido en las urnas.
Por otro lado, en Brasil se utilizan lemas que recuerdan a los del 15M, porque piden un mayor sistema social, en el que haya educación y sanidad para todos. Sin embargo, parten de dos contextos muy distintos. Los indignados, valga la redundancia, parten de la indignación, del enfado, porque a raíz de la crisis o, mejor dicho, con la excusa de la crisis los gobiernos europeos están eliminando los servicios sociales que ofrecían y, por primera vez en Occidente, la generación de los hijos vivirá peor que la de sus padres.
En el caso de Brasil, el contexto es muy diferente, porque es un país emergente, en crecimiento, y, seguramente, esta generación de hijos vivirá mejor que sus padres. Cabe destacar que pese el espectacular crecimiento económico Brasil, que actualmente es la sexta economía del mundo, este país ocupa el sitio 139 de la lista de los 160 países más desiguales, mientras que España, pese la crisis, está en la posición 51. En Brasil, que albergará el Mundial (2014) y los Juegos Olímpicos (2016), aún hay 44 millones de pobres, 8,5 de los cuales viven en pobreza extrema.
Por eso, si las manifestaciones de España se hicieron desde la indignación o la frustración de la perdida de los servicios sociales de algo que tuvimos y dejaremos de tener, los movimientos brasileños nacen desde su propio reconocimiento como futura potencia y reclaman que ahora es su momento para que la sociedad los tenga en cuenta y tengan acceso a la educación y la salud pública, algo que nunca han tenido. Por esto, hoy un manifestante de Brasil decía: "ahora es el momento de reclamar".
Si bien cada contexto es diferente y no se puede equiparar el uno con el otro, creo que todos comparten algo en común y es que están protagonizados por jóvenes, personas que apenas tienen recuerdos de la Guerra Fría o, simplemente, nacieron después de la caída de la URSS en 1991. El fin de la Guerra Fría comportó el fin de un modelo político, el comunismo soviético, y el triunfo del capitalismo. Este capitalismo vino revestido de democracia, libertad y prosperidad. Y, tal vez, durante unos años fue así con la construcción de los Estados del Bienestar europeos, pero el capitalismo al no tener nadie que le contrarrestara mostró su lado más oscuro, arrasando la humanidad en beneficio del capital y dinamitando todos esos derechos que había preconizado: acceso a la vivienda, la salud, la educación y a la libertad de expresión. Hoy en día, muchas personas no tienen acceso a ninguno de estos derechos, pero no sólo en los países del tercer mundo, sino tampoco en Occidente. Por eso, ahora, los jóvenes que no vieron el mundo dividido en dos, han levantado su grito de guerra contra un sistema que, desde que nacieron, les ha dado la espalda. Así pues, estas manifestaciones muestran el colapso del actual sistema y son un reflejo de que los jóvenes, el futuro, quieren que su voz sea escuchada.
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