Sábado por la noche, la madera empieza a quemarse, delante de los ojos atentos de niños y extranjeros. Los adultos preparan pacientemente el chowali (cacao), mientras las mujeres se ponen sus trajes de colores. El maestro hace sonar la concha, mientras los noghbes bailan harmoniosamente. Un gusano humano rítmicamente va marcando un paso tras otro. Raíces, orígenes perdidos que se labraron a mano.
Utópico o no, pero sorprende la humildad de los Noghbe. En Europa no sabemos vivir sin poseer el último modelo de bambas, sin la camiseta de marca o el videojuego de moda y el móvil de última generación. En el Alto Noghbe los niños corren descalzos por la selva, juegan entre ellos, comparte, ¿pero que comparten? Pues comparten el tiempo, sus vidas, porque no tienen juguetes en sus manos con los que aislarse. Lo más sorprendente es que no vi a ningún niño llorar, sólo reír. A veces, en la sencillez está la felicidad. Felicidad que, nosotros, los de Occidente, perdimos detrás de cada electrodoméstico que, tal vez, nos hacen la vida más cómoda, pero ¿realmente nos hacen más felices?
A veces, la vida nos golpea en la cara y nos damos cuenta que la evolución, el desarrollo, el progreso, entendido al modo europeo no tienen porque ser el mejor camino para sobrevivir. Cuando uno ve a los noghbe viviendo día a día de lo que les da la tierra, moliendo el maíz, separando los granos de arroz, cocinando con fuegos de leña (que por cierto la comida queda mucho más buena), uno se cuestiona lo que realmente es el progreso y si éste, realmente, ésta ligado a la felicidad o a una comodidad absurda que cada vez nos hace más dependientes de las máquinas y menos independientes de nuestro propio ser.
Ante la pregunta si el progreso es la felicidad, seguramente un Noghbe respondería que no, que no desea el desarrollo occidental ni la vida acelerada en la ciudad. Seguramente diría que es feliz en su tierra, con su vida tranquila y calmada, tumbado en una hamaca o sentados en el rellano de sus casas, compartiendo, hablando, riendo con sus amigos, vecinos, familiares.
Y es que, a veces, con cosas tan simples, con una sonrisa diaria uno es feliz. Ahora, en Europa ya no podemos ni queremos ser así, pues nuestras vidas se han desprendido demasiado de la sencillez de la vida. Sin embargo, los noghbes son una demostración que en la esencia del hombre, en su ser más puro y humilde habita la felicidad, entendida en mayúsculas.
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Utópico o no, pero sorprende la humildad de los Noghbe. En Europa no sabemos vivir sin poseer el último modelo de bambas, sin la camiseta de marca o el videojuego de moda y el móvil de última generación. En el Alto Noghbe los niños corren descalzos por la selva, juegan entre ellos, comparte, ¿pero que comparten? Pues comparten el tiempo, sus vidas, porque no tienen juguetes en sus manos con los que aislarse. Lo más sorprendente es que no vi a ningún niño llorar, sólo reír. A veces, en la sencillez está la felicidad. Felicidad que, nosotros, los de Occidente, perdimos detrás de cada electrodoméstico que, tal vez, nos hacen la vida más cómoda, pero ¿realmente nos hacen más felices?
A veces, la vida nos golpea en la cara y nos damos cuenta que la evolución, el desarrollo, el progreso, entendido al modo europeo no tienen porque ser el mejor camino para sobrevivir. Cuando uno ve a los noghbe viviendo día a día de lo que les da la tierra, moliendo el maíz, separando los granos de arroz, cocinando con fuegos de leña (que por cierto la comida queda mucho más buena), uno se cuestiona lo que realmente es el progreso y si éste, realmente, ésta ligado a la felicidad o a una comodidad absurda que cada vez nos hace más dependientes de las máquinas y menos independientes de nuestro propio ser.
Ante la pregunta si el progreso es la felicidad, seguramente un Noghbe respondería que no, que no desea el desarrollo occidental ni la vida acelerada en la ciudad. Seguramente diría que es feliz en su tierra, con su vida tranquila y calmada, tumbado en una hamaca o sentados en el rellano de sus casas, compartiendo, hablando, riendo con sus amigos, vecinos, familiares.
Y es que, a veces, con cosas tan simples, con una sonrisa diaria uno es feliz. Ahora, en Europa ya no podemos ni queremos ser así, pues nuestras vidas se han desprendido demasiado de la sencillez de la vida. Sin embargo, los noghbes son una demostración que en la esencia del hombre, en su ser más puro y humilde habita la felicidad, entendida en mayúsculas.