El otro día iba caminando por Quito, cuando vi a una indígena que llevaba colgada una cajita con chicles, caramelos, cigarrillos y otras cosas para vender. De repente, la cajita se le cayó y me acerqué para ofrecerle mi ayuda.
-¿Le ayudo a recogerlo?
-Sí, mi patronita– me contestó.
-¿Aquí van estos chicles?- le pregunté colocando los chicles en un rincón de la caja.
-Sí, mi patronita.
Cuando acabamos de recogerlo todo, me dijo: Muchas gracias mi patronita.
La verdad es que el hecho que me dijera "mi patronita" me hizo sentir vergüenza y muchas otras sensaciones indescriptibles. En Ecuador, como en muchos otros países de Latinoamérica, hasta el siglo XIX y principios del XX los indígenas fueron esclavos de los blancos y mestizos, muchos de ellos, de descendencia española. La humillación que ha sufrido este colectivo a lo largo de la historia, aún se ve interiorizado en estas personas, por eso, cuando se dirigen a otra persona con la piel blanca, como yo, nos llaman patronita, patrón o patrona.
Al lado de la indígena, había una niña sentada en el suelo, con la cabeza agachada. En un momento, levantó su carita, sus ojos eran tan tristes, su mirada tan profunda. Le pregunté a la indígena que le pasaba a la niña y me dijo que estaba enferma, pero que no tenía dinero para llevarla al médico.
En ese momento sentí culpabilidad al pensar en la opulencia, en el consumismo salvaje que vivimos en las sociedades occidentales, mientras que en otras partes del mundo hay niñas que no pueden ir al médico por falta de dinero, hay niñas y niños que caminan descalzos por toda la ciudad, hay niños y niñas que trabajan más de doce horas seguidas, hay niños y niñas que se mueren de hambre.
Sé que con este post no he desvelado nada nuevo, pues todo el mundo sabe que en nuestro planeta impera la desigualdad social, una brecha mayúscula entre norte y sur, pero espero que este post haga que los que lo lean, aunque sea por un momento, tomen consciencia de la realidad del mundo en el que vivimos.
Yo no confío con la clase política, con los dirigentes, pero siempre he pensando que las acciones individuales son pequeños granitos de arena que si los juntas pueden cambiar el mundo. Así sucedió en el feudalismo, con la revolución industrial y los derechos de los trabajadores, esperemos que así suceda ahora.
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-¿Le ayudo a recogerlo?
-Sí, mi patronita– me contestó.
-¿Aquí van estos chicles?- le pregunté colocando los chicles en un rincón de la caja.
-Sí, mi patronita.
Cuando acabamos de recogerlo todo, me dijo: Muchas gracias mi patronita.
La verdad es que el hecho que me dijera "mi patronita" me hizo sentir vergüenza y muchas otras sensaciones indescriptibles. En Ecuador, como en muchos otros países de Latinoamérica, hasta el siglo XIX y principios del XX los indígenas fueron esclavos de los blancos y mestizos, muchos de ellos, de descendencia española. La humillación que ha sufrido este colectivo a lo largo de la historia, aún se ve interiorizado en estas personas, por eso, cuando se dirigen a otra persona con la piel blanca, como yo, nos llaman patronita, patrón o patrona.
Al lado de la indígena, había una niña sentada en el suelo, con la cabeza agachada. En un momento, levantó su carita, sus ojos eran tan tristes, su mirada tan profunda. Le pregunté a la indígena que le pasaba a la niña y me dijo que estaba enferma, pero que no tenía dinero para llevarla al médico.
En ese momento sentí culpabilidad al pensar en la opulencia, en el consumismo salvaje que vivimos en las sociedades occidentales, mientras que en otras partes del mundo hay niñas que no pueden ir al médico por falta de dinero, hay niñas y niños que caminan descalzos por toda la ciudad, hay niños y niñas que trabajan más de doce horas seguidas, hay niños y niñas que se mueren de hambre.
Sé que con este post no he desvelado nada nuevo, pues todo el mundo sabe que en nuestro planeta impera la desigualdad social, una brecha mayúscula entre norte y sur, pero espero que este post haga que los que lo lean, aunque sea por un momento, tomen consciencia de la realidad del mundo en el que vivimos.
Yo no confío con la clase política, con los dirigentes, pero siempre he pensando que las acciones individuales son pequeños granitos de arena que si los juntas pueden cambiar el mundo. Así sucedió en el feudalismo, con la revolución industrial y los derechos de los trabajadores, esperemos que así suceda ahora.